El sexo apasionado, ese que vemos en películas con arrebatos pasionales y calentones, no es el más frecuente. En las relaciones de pareja se da sobre todo un sexo de mantenimiento, uno que se introduce conscientemente para mantener cierto contacto sexual, comunicación y cercanía íntima con la pareja. Así que empecemos por rebajar las expectativas poco realistas de Hollywood. Vamos, que no siempre comes en el Ritz, unas patatas a lo pobre están bien buenas también.
Pero a veces incluso ese sexo de mantenimiento se ve comprometido: la rutina, el cansancio, el estrés del día a día, o el hecho de ser padres. Estudios señalan un descenso en el deseo sexual del 60% en mujeres y del 30% en hombres tras la llegada de los hijos. Bueno, eso y que con pequeños en casa hay menos tiempo y menos lugares disponibles. La espontaneidad muere.
En este contexto, desde la terapia sexual y de pareja, se suele recomendar planificar ese encuentro sexual, agendarlo. Y aunque hay quien dice que tanta programación mata la pasión, otros no están de acuerdo: el planificarlo les permite seguir disfrutando de sus momentos íntimos. Además, sienten que el hecho de planificarlo predispone un cierto interés sexual, una cierta libido, hacia ese encuentro, lo que lo hace más placentero para ambos; programar el encuentro mantiene un efecto de ilusión que se alimenta. Se mantiene la chispa y se evita que la relación acabe convirtiéndose en la de simples compañeros de piso.
Dado que la ansiedad es enemiga del deseo sexual, el programarla la mitiga, pone ilusión en ese encuentro. Si al hacerlo te sucede lo contrario, el que se acerque el momento te genera más ansiedad, esto sería un problema a trabajar en una terapia, ya que puede acabar distanciando a la pareja.
Ahora bien, éste ponerle fecha al encuentro debe ser algo flexible, es decir, llegado el momento si no apetece no hay obligación, pero sí que hay que pasar ese momento reservados juntos, para pasar tiempo de pareja o para compartir ternura, sin sexualidad.
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