Socializar ayuda a aliviar el malestar emocional y el sentimiento de soledad, combate el aislamiento social y por lo tanto pone un freno al deterioro de la autoestima y de las capacidades cognitivas. Pero hay ocasiones en que socializar resulta agotador y genera malestar, sobre todo si tenemos pocas habilidades sociales o somos inseguros. Otra complicación es que en los grupos cada uno tiene su rol: el quejica, el que hace planes, el que siempre está dispuesto, el que hay que cambiarlo todo para que le cuadre… lo que nos encasilla en lo que se supone se espera de nosotros en las relaciones sociales.
El problema suele surgir cuando no respetamos nuestras prioridades, como lo que realmente nos apetece, o nuestro descanso, y acabamos yendo a esa cena por compromiso, saturados y sin ganas.
Socializar exige una serie de recursos, de energía, y si en ese momento no la tenemos, convendría rechazar la invitación más que forzarse. Y sin sentirnos culpables por ello, que tenemos derecho a cuidarnos. Si tiendes a no hacerlo, quizás sea de los que piense que no se puede decir que no en el grupo, porque no lo recibirían bien o porque se entendería como que hay algún problema, cuando en realidad es al revés: para disfrutar de nuestro grupo, tenemos que estar descansados y con fuerza para ello.
Toda esta parrafada la comento porque a veces “recetamos” muy alegremente socializar, en personas con bajo estado de ánimo, y quizás no sea lo mejor para ellos en ese momento. Con un estado de ánimo tipo depresivo, más que socializar, convendría trabajar reduciendo exigencias y dedicándose tiempo a uno mismo, a lo que a uno le apetezca hacer.
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